TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

Este blog dedicado a los libros y a la literatura, toma su nombre de una canción de Vainica Doble. en esencia incluirá comentarios de libros que me resutlan interesantes o que han marcado mi vida en algún aspecto.

martes, septiembre 11, 2007

LAS ENTRADAS ANTIGUAS

Como resulta muy trabajoso restablecer una a una las entradas que había aquí aparecen todas las anteriores seguidas (por desgracia sin los comentarios). A partir de ahora iré incluyendo las nuevas con normalidad.

lunes, enero 09, 2006

MÁS ACERCA DE LOS LIBROS...

Marcóticos está ansioso de polemizar conmigo acerca de la entrada que prometí sobre subrayados y demás. Así que ahí van unas cuantas reflexiones acerca de lo que opino sobre el tratamiento que reciben por parte de los usuarios/propietarios, los libros mismos.
Primero quiero decir que me produce un gran placer «estrenar» libros. Aunque hace un tiempo que no lo llevo tan a rajatabla, desde hace años lo primero que hago, tras hojear el volumen para asegurarme de que no tiene pliegos defectuosos o páginas sin imprimir (pues tropiezo con libros así con cierta frecuencia, quizá porque compro más que la media), es poner la fecha y mis ex-libris (tengo un tampón de esos con rueditas para las fechas y dos para los ex-libris; una N y el dibujo de una luna entre nubes). Lo hago en la primera página impresa (la que suele llevar el nombre de la obra y del autor), porque si se hace en una de las blancas de cortesía que anteceden, siempre puede alguien arrancarla sin que se note (desconfiada que es una).
Rara vez presto un libro a una persona que no tenga muy controlada porque me da mucha pena perderlos, no solo la obra, sino también el ejemplar mismo con el que he disfrutado. A pesar de ello, algunos no vuelven, y hay unos pocos que he comprado hasta varias veces. En esto de los libros soy muy «propiedadprivadista», y por eso no me gusta leer libros en las bibliotecas. Y cuando alguien me presta un libro que me gusta mucho, después de devolverlo suelo comprarlo para poseer mi propio ejemplar al que poder volver cuando quiera.
Como ya dije, compro casi todo lo que me interesa antes de que desaparezca de las tiendas (salvo aquellos que son carísimos; en este caso, renuncio a ellos, o trato de que alguien me los regale en fiestas señaladas). De ambas cosas se deduce que mi presupuesto para libros es elevadísimo.
No me preocupa que los libros se deterioren por el uso, porque eso es señal de que han vivido y de que son algo más que un adorno para estanterías comprado por metros; aunque soy por naturaleza cuidadosa con todas las cosas. No me importa comprar libros de segunda mano, y hasta me produce cierta ternura encontrar en ellos el nombre de un antiguo poseedor, o simplemente pensar que alguien pasó aquellas páginas y disfrutó con aquella lectura, antes que yo. Tampoco me importa doblar las esquinas para marcar la página en la que interrumpo la lectura, aunque solo lo hago con las ediciones baratas de bolsillo.
Por cierto que aunque me encantan las ediciones de lujo y los libros de gran formato para admirar, cuando existe, compro la edición de bolsillo, porque, pese a todo, lo que de verdad me interesa es el contenido, y los libros baratos me permiten comprar más por menos.
Lo que no suelo hace es subrayar lo libros, costumbre que mi hermano practica, por dos motivos: «ensucia» la lectura, y, si prestas el ejemplar, mediatiza al lector que lo recibe, que pone mas atención a lo que tú has marcado, que en el contenido. Como ya dije en algún comentario con motivo de otras circunstancias, me «horroriza guiar a la gente», lo cual se aplica también a la lectura. Por, supuesto, ni se me ocurre subrayarlos cuando no son míos. Lo que suelo hacer es marcar con post-it las páginas donde se dicen cosas que me interesan y al día siguiente las transcribo o gloso sobre papel. Lo del «día siguiente», es porque cuando estoy en casa, siempre leo tumbada sobre la cama. Reconozco que es una costumbre un poco incómoda, sobre todo si el libro es grande, pero es un hábito adquirido desde la infancia (cuando todavía era más complicado de ejercer, pues, mientras leía, me chupaba el pulgar izquierdo, cosa que también hacía para dormir). Así que yo para leer, me tumbo (de lado); a pesar de la dificultad que entraña sostener el libro y a la vez pasar las páginas, con un brazo medio aprisionado por el cuerpo.
Por último (al menos por hoy) prefiero las encuadernaciones cosidas porque me molestan terriblemente los libros de lomos engomados cuyas hojas se desprenden con solo pasarlas. También me irritan aquellos que utilizan un papel de tan baja calidad que se transparenta la página opuesta, dificultando la lectura, y los que utilizan tipografías minúsculas; prefiero un tocho de 800 páginas con letra grande (en esto estoy de acuerdo con Daniel, aunque trabajando en el mundo editorial, también entiendo que cuantas más páginas más se encarece la impresión. Emplear caracteres de menos de 12 puntos, que es lo habitual (aunque eso también depende de la fuente tipográfica que se utilice) me parece una aberración; 14 o 16 puntos sería para mí el tamaño idóneo para una lectura cómoda, pero salvo para las obras que son muy cortas, para las editoriales ya es demasiado.

ACERCA DE LOS LIBROS…

Marcóticos habla del desapego que siente hacia los objetos. Yo por el contrario, no puedo evitar la debilidad que siento por ellos. Mis libros, mis fotos, mis bibelots, los montones de cosas que colecciono... en eso soy del todo contraria, pues he llegado a volver a comprar de nuevo libros perdidos y ya leídos, solo porque me gustaron y quiero poseer un ejemplar físico, que pueda releer u hojear cuando me apetezca…
Cuando estudiaba en la universidad (hace una eternidad), y hasta donde podía, compraba los libros que teníamos que leer, en vez de consultarlos en la biblioteca. Al contrario que Daniel, a mí no me gustan demasiado las bibliotecas; prefiero trabajar en mi propia casa, rodeada de mis cosas y a mi aire. Aunque reconozco la necesidad de que existan y su utilidad. Yo compro cantidades ingentes de libros. La montaña de «libros pendientes de leer» crece y crece, pero me preocupa menos desde que leí que Antonio Vega se compra los libros y los lee incluso años después. A mí me pasa un poco lo mismo, sobre todo porque ahora los libros duran muy poco tiempo en las tiendas y si no los compras rápido, se devuelven enseguida, desaparecen y ya no hay manera de encontrarlos. Así que compro todo lo que me interesa (hasta donde puedo), y los voy leyendo a medida que me apetece, o de acuerdo con el humor del momento, con frecuencia varios a la vez que se intercalan entre sí. Creo que mi mayor gasto «superfluo» (para mí, esencial) siempre han sido los libros. Incluso hace años, cuando tenía muy poco dinero (todavía menos que ahora) dedicaba un 10% de lo que cobraba a la compra de libros. Puesto que no podía permitirme salir a cenar o hacer muchos gastos, y por lo tanto pasaba mucho tiempo en casa, me permitía al menos adquirir libros suficientes (aunque fueran de segunda mano) como para que nunca me faltara lectura.
Y es que yo, sin leer no puedo vivir. Leo una media de tres libros a la semana (depende del número de páginas) y tengo la costumbre de leer todos los días al menos media hora antes de apagar la luz (esto lo hago siempre, salvo que salga de copas y llegue a casa muy tarde y bastante «averiada»). También soy de las que se van al baño con un libro, y suelo llevar uno encima para las salas de espera o los viajes en transporte público.
También tengo la costumbre de regalar al menos un libro a la gente cercana (salvo que sepa que no son lectores en absoluto) tanto en las fechas señaladas (cumpleaños, reencuentros tras periodos largos, fiestas navideñas…) como porque sí (sobre todo cuando tropiezo con alguno que me parece adecuado para una persona en particular). Lo hago con el corazón, escogiendo con mucho cuidado uno que me parezca que puede interesar a esa persona en concreto; si acierto, supone para mí un placer habérselo proporcionado y saber que me dedicará un pensamiento tierno/agradecido cada vez que sus ojos tropiecen con él; de paso contribuyo a fomentar el gusto por la lectura.
Dejo para otro día un comentario acerca de lo que opino sobre subrayar libros, marcarlos de alguna forma o doblar las esquinas para recordar la página; es decir de la relación del individuo con el objeto/libro mismo).

NOSOTROS Y LAS MATEMÁTICAS

He leído recientemente un libro del matemático John Allen Paulos que se titula El hombre anumérico. Es realmente impresionante la incultura que poseemos casi todos los humanos (con la excepción de algunos científicos) en cuestión de números. Paulos sostiene, entre otras cosas, que tendemos a anular nuestro sentido crítico ante las cifras y que casi nadie maneja los números de la misma forma intuitiva que es capaz de manejar otros conocimientos e informaciones.
Habla por ejemplo del llamado «Sofisma del jugador»: todos tendemos a pensar que si algo ocurre muchas veces,€como por ejemplo que la cara salga varias veces seguidas al lanzar una moneda, se incrementan las posibilidades de que la cruz salga en el siguiente lanzamiento...
Pues no es así; las probabilidades ni aumentan ni disminuyen, se mantienen constantes.
Lo que si es cierto es que cuantos más lanzamientos hagamos, más se aproximarán los resultados a la media (es decir al reparto al 50 % de caras y cruces), aunque, a la vez, la cantidad de series consecutivas que se producen, no dejará de sorprendernos.
Otra falacia habitual es la que encuentra curiosas correlaciones donde no las hay (al respecto circula por ahí un texto acerca de los paralelismos entre Lincoln y Kennedy, los dos presidentes norteamericanos asesinados durante su mandato, más famosos. Si alguien lo quiere leer por curiosidad, que me lo diga y se lo mando, es muy largo para incluirlo aquí. Lo cierto es que si uno busca, encuentra. Se dice, por ejemplo, que los accidentes aéreos ocurren de 3 en 3, lo cual se verifica siempre si uno espera lo suficiente (puede ser en el plazo de una semana, de un mes, de un año...). Este es un error que cometen muchos experimentadores, que tienden a fijar su atención en los resultados que corroboran su tesis y olvidan o minimizan (no siempre de forma consciente) los fallos y las excepciones.
Parte de este analfabetismo numérico se debe a que nunca nos han enseñado las aplicaciones prácticas de las matemáticas, planteando cuestiones como: ¿Cuántos ladrillos tiene una pared? ¿Cual es el porcentaje de padres calvos entre los alumnos de una clase? ¿Cuántas monedas caben en un recipiente concreto y cuál sería su longitud si las pusiéramos en fila?... Como consecuencia, las matemáticas resultan una especie de entelequia abstracta a la que nos aproximamos con desconfianza.
También se habla de la «Falacia de la base extensa», muy utilizada en las noticias, por ejemplo, al dar las muertes en carretera que se producen en un puente largo. Al parecer, estadísticamente no hay grandes diferencias numéricas entre la cifra de muertos de un puente y las que se producen a lo largo de un periodo de días laborables equivalente.
Otra forma de información engañosa es la utilización de promedios y estadísticas. Al respecto hay un pequeño chiste que afirma que si un hombre tiene la cabeza en el horno y los pies en la nevera, en promedio debe sentirse a una temperatura bastante cómoda.
Y para terminar, un caso de anumerismo irracional, tomado del propio libro: imagina que eres un general rodeado por una fuerza enemiga abrumadora y que tiene que salvar a sus 600 hombres a través de una de las dos vías de escape que los espías han descubierto. La primera salida salvará a 200 hombres, mientras que si se utiliza la segunda, hay una probabilidad de 1/3 de que los soldados se salven y una probabilidad de 2/3 de que no lo consigan, ¿qué camino eliges?
Tres de cada cuatro personas eligen el primer camino, que garantiza la salvación de 200 personas, mientras que por el segundo hay una probabilidad de que mueran todos.
Ahora veamos otro problema. Vuelves a ser el general que ha de decidir entre dos rutas de escape. Si eliges la primera perderás 400 hombres, pero si tomas la segunda hay una probabilidad de 1/3 de que ninguno muera, y una probabilidad de 2/3 de que no lo consigan.
En este caso cuatro de cada cinco interrogados optan por la segunda respuesta y, sin embargo, la pregunta es la misma en los dos casos. La diferencia en la respuesta se induce a través del modo en que ha sido planteada: en términos de vidas salvadas o de vidas perdidas.
El librito está publicado en Tusquets, en la colección Metatemas y hay una reedición reciente de julio de 2005. Del mismo autor leí hace tiempo Un matemático lee el periódico, donde analiza la engañosa forma en que se manipulan las noticias mediante cifras y estadísticas. Dos libros muy interesantes que recomiendo.